Rodolfo Kempf, investigador de la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA) y Juan Venturino, analista internacional, debatieron en la mesa del programa «Comunistas» sobre la posibilidad concreta de que se desate una guerra nuclear global, cuyas consecuencias serían la extinción de la vida en la Tierra.
En agenda debido al conflicto militar entre Israel e Irán en el que Estados Unidos se involucró directamente, el punto de partida del análisis fue la cantidad de países poseedores de armamento nuclear en sus arsenales: Rusia cuenta con 5.449 ojivas, más que cualquier otro país del mundo, seguida por Estados Unidos, con 5277. Luego le siguen China (600), Francia (290), Reino Unido (225), India (180), Pakistán (170), Israel (90) y Corea del Norte (50). De las nueva naciones, únicamente Israel mantiene una postura ambigua en cuanto a que no confirma ni desmiente su posesión, aunque no es ningún secreto que sí posee armamento atómico.
Venturino explicó que una inmensa cantidad de las bombas que cada país posee están en condición de ser utilizadas inmediatamente «Las 4.400 que Rusia tiene en ese estado son capaces de destruir 16 veces el planeta«, precisó el especialista, quien se refirió a que la energía nuclear es una de las industrias «más reguladas del mundo», lo que explica el nivel de conocimiento de los arsenales, abiertos a la inspección de organizaciones multilaterales como el Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA).
«Históricamente, creíamos que el hombre iba a la guerra por la indisponibilidad de recursos. Eso está zanjado. No queda ninguna duda de que eso no está relacionado con la causa sino con las partes más viles del ser humano», reflexionó Venturino al momento de examinar las razones más profundas de la belicosidad y la autodestrucción que anidan en la especie humana. Di Natale lo siguió en el razonamiento al mencionar la frase «el hombre es un lobo para el hombre», máxima popularizada por Thomas Hobbes que expresa la idea de que el ser humano puede ser cruel y depredador hacia sus semejantes.
Luego Venturino se explayó sobre el invierno nuclear, condición climática que sobrevendría luego de un intercambio nuclear masivo y que impondría condiciones de inhabitabilidad sobre la totalidad del globo.
A lo largo del siglo XX, las potencias invirtieron miles de millones en el desarrollo de armas cada vez más potentes, muchas veces bajo el paraguas de la disuasión. Pero el mundo no solo acumuló armas nucleares, sino también químicas y biológicas, tríada comunmente conocida como «armas de destrucción masiva». Venturino recordó el uso de gas nervioso en conflictos recientes, agente químico que, aunque está restringido por convenciones internacionales, ha provocado muertes masivas.
“También existen las bombas de racimo, prohibidas en muchos países pero utilizadas por algunos. El horror sigue presente y tiene múltiples formas”, explicó el especialista junto con Kempf. ¿Cómo llegamos a tener la capacidad de destruir todo lo que existe?, preguntó di Natale.
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Desde una mirada de cuño existencial, el psicoanalista Sergio Zabalza respondió con una reflexión profunda: “Los seres hablantes tienen una tendencia caótica. Odiar es más fácil que amar y destruir es más fácil que construir. Hay una pulsión de muerte dentro de nosotros. La guerra que cada uno lleva en sí mismo se proyecta al prójimo”, explicó. Para Zabalza, la crisis también es de sentido. “Somos sujetos complicados, desarraigados de la naturaleza. No nos llevamos bien con ella ni con nosotros mismos. Por eso hacemos cosas tan locas como inventar una tecnología capaz de aniquilarlo todo”, observó.
Portadora de la posibilidad de terminar con la civilización tal y como se la conoce, la bomba atómica se produce, mantiene y almacena al calor de complejas estructuras de poder global que por lo general gozan de un equilibrio disuasivo que impide su utilización. Cualquier cimbronazo en dichos equilibrios encierra el potencial de volver inestable el sistema y conducir a la humanidad hacia el Armagedón, según se analizó en la mesa.
BR / FPT